AMLO Versus la Cultura
Sergio González Rodríguez: Noche y Día
AMLO Versus la Cultura
Si el día de hoy no se contemplara la salida de Andrés Manuel López Obrador del gobierno del Distrito Federal, sino el término de su mandato presidencial, el escenario sería escalofriante. Basta hacer un ejercicio de abstracción y de síntesis de lo que ha sido su periodo en el DF entre 2000 y 2005.
El protagonismo del Jefe de Gobierno de la Ciudad de México ha crecido mucho menos por los aciertos de su gestión político-administrativa que por sus habilidades propagandísticas en torno a dos puntos estratégicos: el primero ha sido fincar su fama en la puesta en marcha de obras de infraestructura urbana de perfil oneroso y de bajo a medio impacto en su eficacia colectiva; el segundo se refiere al empeño de autoconstruirse como una víctima de sus adversarios políticos mediante el uso recurrente del presupuesto bajo su control en la compra de espacios comunicativos para mejorar su imagen.
Hasta la fecha, la ciudadanía mexicana ha preferido a López Obrador como presunto candidato presidencial en numerosas encuestas por encima de sus oponentes virtuales a pesar de sus grandes limitaciones, por ejemplo, en seguridad pública, aunque a él le basta lo que hizo: "no es asunto menor que no se desbordara la inseguridad", dice. Desde su punto de vista, lo que debería ser sólo un prerrequisito, puede lucirse como grado de excelencia.
Las encuestas preelectorales llevan como primer objetivo sondear las percepciones de los posibles votantes en una esfera especulativa, y su segundo fin consiste en tratar de modificar hacia futuro las expectativas del propio voto.
El interés propagandístico que López Obrador impuso en tanto prioridad de su gobierno ha incidido desde luego en semejante respuesta del público, y tuvo su plataforma en otro par de aspectos de importancia básica: las conferencias de prensa a primera hora, que le permitían ganar espacios en medios electrónicos de comunicación a lo largo de la mañana por encima de la noticia del día anterior, y en consecuencia, imponer su huella en medios que dependen del flash informativo, como la radio, la televisión o internet, y se muestran tan sumisos ante las declaraciones de los políticos como opuestos a su cuestionamiento serio y las investigaciones de fondo.
Tal situación se complementó con la falta de transparencia del propio gobierno de López Obrador, sobreprotegido asimismo por la mayoría de representantes que mantiene el Partido de la Revolución Democrática en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal.
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha refinado las antiguas estrategias y tácticas de los gobiernos pretéritos del Partido Revolucionario Institucional y las ha puesto al día, mientras el propio PRI entraba en un receso del que se ha recuperado poco a poco y la sociedad padecía a su vez la erosión del aparato de gobierno y de Estado por el desastroso régimen de Vicente Fox Quesada en la Presidencia de la República.
Lejos en realidad de su autopublicitada imagen de "izquierda" o de una gestoría dedicada a los "pobres" y comprometida con la "obra social", la jefatura gubernamental de López Obrador ha traído un retroceso hacia la subcultura política que caracterizó la vida pública del País cuando dependió del autoritarismo, el aglutinamiento clientelar, la demagogia y el populismo. Al mismo tiempo que se ha entregado al gran capital y a las medidas neoliberales que tanto dice abominar.
Lo sorprendente en el funcionario tabasqueño es la contumacia de negar estos hechos, cuya explicación puede estar en la fidelidad a la mentira y las simulaciones que suelen caracterizar a las figuras tradicionales de la política mexicana, siempre a medio camino entre la solemnidad y la picaresca.
La circunstancia de que el 76 por ciento de los capitalinos apruebe su gobierno ahora, si bien éstos le otorguen una calificación reprobatoria, muestra los beneficios y las contradicciones arriba descritas, que día con día serán confrontados en la competencia electoral.
El estímulo a la subcultura política de López Obrador tiene su correlato en el desdén que ha mostrado ante el tema cultural en su gestión de gobierno, y resulta emblemática la propuesta de constituir una "Secretaría de Cultura" en 2002, mediante el expediente de darle "autonomía" jurídico administrativa pero escasos recursos para su eficaz funcionamiento. Asimismo, en 2003 se emitió una Ley de Fomento Cultural del Distrito Federal que implicaba crear su Reglamento respectivo. Estos manejos procedimentales se sometieron en la práctica a las inercias de programas de atención a la cultura en las delegaciones, establecidos por administraciones previas.
Para el gobierno de López Obrador, el entendimiento de lo que es cultura implica un gran batido en el que se entremezclan actividades y programas de asistencia social, clientelismo político, turismo, espectáculos y difusión cultural, de allí que se hagan confluir como logros, cuando más bien debería de hablarse de falta de concierto o exceso de inercia, lo mismo mesas redondas de índole académica que asuntos de infraestructura, conmemoraciones cívicas, la Fábrica de Artes y Oficios de Oriente o los conciertos en el Zócalo, una concesión a la industria del espectáculo. Cuando todo es cultura, ya nada es cultura.
En tal sentido, Andrés Manuel López Obrador comparte el desprecio a la cultura y un anti-intelectualismo obvio que ha favorecido la presidencia de Vicente Fox Quesada. Queda claro que sólo toleran a los intelectuales y creadores como fans. Y, como es de suponer, los hay de sobra a su alrededor. Unos callan, otros soslayan, otros apoyan. Se trata del viejo entendimiento entre la letra y el poder: de lo perdido, lo que aparezca; de lo malo, lo menos peor. A cambio, obtienen los réditos menores de su mentalidad subordinada.
AMLO Versus la Cultura
Si el día de hoy no se contemplara la salida de Andrés Manuel López Obrador del gobierno del Distrito Federal, sino el término de su mandato presidencial, el escenario sería escalofriante. Basta hacer un ejercicio de abstracción y de síntesis de lo que ha sido su periodo en el DF entre 2000 y 2005.
El protagonismo del Jefe de Gobierno de la Ciudad de México ha crecido mucho menos por los aciertos de su gestión político-administrativa que por sus habilidades propagandísticas en torno a dos puntos estratégicos: el primero ha sido fincar su fama en la puesta en marcha de obras de infraestructura urbana de perfil oneroso y de bajo a medio impacto en su eficacia colectiva; el segundo se refiere al empeño de autoconstruirse como una víctima de sus adversarios políticos mediante el uso recurrente del presupuesto bajo su control en la compra de espacios comunicativos para mejorar su imagen.
Hasta la fecha, la ciudadanía mexicana ha preferido a López Obrador como presunto candidato presidencial en numerosas encuestas por encima de sus oponentes virtuales a pesar de sus grandes limitaciones, por ejemplo, en seguridad pública, aunque a él le basta lo que hizo: "no es asunto menor que no se desbordara la inseguridad", dice. Desde su punto de vista, lo que debería ser sólo un prerrequisito, puede lucirse como grado de excelencia.
Las encuestas preelectorales llevan como primer objetivo sondear las percepciones de los posibles votantes en una esfera especulativa, y su segundo fin consiste en tratar de modificar hacia futuro las expectativas del propio voto.
El interés propagandístico que López Obrador impuso en tanto prioridad de su gobierno ha incidido desde luego en semejante respuesta del público, y tuvo su plataforma en otro par de aspectos de importancia básica: las conferencias de prensa a primera hora, que le permitían ganar espacios en medios electrónicos de comunicación a lo largo de la mañana por encima de la noticia del día anterior, y en consecuencia, imponer su huella en medios que dependen del flash informativo, como la radio, la televisión o internet, y se muestran tan sumisos ante las declaraciones de los políticos como opuestos a su cuestionamiento serio y las investigaciones de fondo.
Tal situación se complementó con la falta de transparencia del propio gobierno de López Obrador, sobreprotegido asimismo por la mayoría de representantes que mantiene el Partido de la Revolución Democrática en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal.
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha refinado las antiguas estrategias y tácticas de los gobiernos pretéritos del Partido Revolucionario Institucional y las ha puesto al día, mientras el propio PRI entraba en un receso del que se ha recuperado poco a poco y la sociedad padecía a su vez la erosión del aparato de gobierno y de Estado por el desastroso régimen de Vicente Fox Quesada en la Presidencia de la República.
Lejos en realidad de su autopublicitada imagen de "izquierda" o de una gestoría dedicada a los "pobres" y comprometida con la "obra social", la jefatura gubernamental de López Obrador ha traído un retroceso hacia la subcultura política que caracterizó la vida pública del País cuando dependió del autoritarismo, el aglutinamiento clientelar, la demagogia y el populismo. Al mismo tiempo que se ha entregado al gran capital y a las medidas neoliberales que tanto dice abominar.
Lo sorprendente en el funcionario tabasqueño es la contumacia de negar estos hechos, cuya explicación puede estar en la fidelidad a la mentira y las simulaciones que suelen caracterizar a las figuras tradicionales de la política mexicana, siempre a medio camino entre la solemnidad y la picaresca.
La circunstancia de que el 76 por ciento de los capitalinos apruebe su gobierno ahora, si bien éstos le otorguen una calificación reprobatoria, muestra los beneficios y las contradicciones arriba descritas, que día con día serán confrontados en la competencia electoral.
El estímulo a la subcultura política de López Obrador tiene su correlato en el desdén que ha mostrado ante el tema cultural en su gestión de gobierno, y resulta emblemática la propuesta de constituir una "Secretaría de Cultura" en 2002, mediante el expediente de darle "autonomía" jurídico administrativa pero escasos recursos para su eficaz funcionamiento. Asimismo, en 2003 se emitió una Ley de Fomento Cultural del Distrito Federal que implicaba crear su Reglamento respectivo. Estos manejos procedimentales se sometieron en la práctica a las inercias de programas de atención a la cultura en las delegaciones, establecidos por administraciones previas.
Para el gobierno de López Obrador, el entendimiento de lo que es cultura implica un gran batido en el que se entremezclan actividades y programas de asistencia social, clientelismo político, turismo, espectáculos y difusión cultural, de allí que se hagan confluir como logros, cuando más bien debería de hablarse de falta de concierto o exceso de inercia, lo mismo mesas redondas de índole académica que asuntos de infraestructura, conmemoraciones cívicas, la Fábrica de Artes y Oficios de Oriente o los conciertos en el Zócalo, una concesión a la industria del espectáculo. Cuando todo es cultura, ya nada es cultura.
En tal sentido, Andrés Manuel López Obrador comparte el desprecio a la cultura y un anti-intelectualismo obvio que ha favorecido la presidencia de Vicente Fox Quesada. Queda claro que sólo toleran a los intelectuales y creadores como fans. Y, como es de suponer, los hay de sobra a su alrededor. Unos callan, otros soslayan, otros apoyan. Se trata del viejo entendimiento entre la letra y el poder: de lo perdido, lo que aparezca; de lo malo, lo menos peor. A cambio, obtienen los réditos menores de su mentalidad subordinada.
2 Comments:
hola creo que es muy bueno tu blog porque AMLO es un hijo de su madre.¿no? hay que mandarlo al infierno.
checa mi pagina: ultimate-cars.blogspot.com esta padrisima es de carros cool.
YO CREO QUE ERES UN PENDEJO ESTUPIDO PRIISTA, DESPECHADO DE ESOS QUE LES PONE EL CUERNO SU VIEJA COMO POR EJEMPLO MARIO MALANDRIN
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